Si nos paramos a pensar si tenemos una vinculación real a muchas marcas, la respuesta en la mayoría de los casos es que no. Casi nadie necesita comprar marcas de manera imprescindible y podemos vivir perfectamente sin ellas. De hecho existen corrientes que van en contra de un mundo de consumo. Sin embargo, aunque nos declaramos “adictos” a ninguna marca; la realidad es que no nos podemos separar de ellas. Y ello es debido a que las marcas sobrevivirán a largo plazo porque responden a algunas necesidades humanas fundamentales.
Las marcas facilitan nuestra elección como consumidores, nos ayudan a elegir en un entorno saturado y son un aval que otorga garantía de calidad. Además, la marca permite llenar el sentimiento de pertenencia inherente al ser humano, reflejan un estilo de vida y marcan las últimas tendencias. Gran parte de nuestra identidad está constituida en torno a las marcas que usamos y llevamos. En resumen, las marcas contribuyen a cubrir nuestras necesidades más emocionales…
Si no fuera suficiente con eso, deberíamos pararnos a pensar como anunciantes por qué necesitamos unas marcas fuertes. La necesidad de atraer y fidelizar clientes en un entorno cada vez más competitivo ha convertido a la marca en una herramienta estratégica. El valor de la marca proviene de su habilidad para obtener un significado positivo, exclusivo y relevante en la mente de un elevado número de consumidores. Ahora lo difícil ya no es vender, sino cómo vender, y la marca puede contribuir a ello.
Como plasmaban Al Ries y Jack Trout, el marketing no es una batalla de productos, es una guerra de percepciones que se gana en la mente del consumidor.